Quizás había algo mágico, misterioso, en esas viejas fotografías que guardamos en cajas de zapatos, en álbumes polvorientos, perdidas entre las páginas de libros viejos, o insertados en aque viejo espejo en la casa de nuestros abuelos. Quizás estos simples apuntes, trocitos de vida robados al tiempo; funcionan como migajas, pequeños faros que iluminan el camino de regreso a nosotros mismos. Lo que fuimos, lo que somos.
Una imagen, puede ser hilo conductor, qué desenreda todo un ovillo de sensaciones dormidas. Aquel vestido floreado de una desconocida, que nos devuelve el aroma de la colonia de nuestra abuela. La sonrisa de un niño en una plaza lejana, despierta el eco de nuestras propias risas de una tarde de domingo.
Las fotografías no mienten sobre el tiempo, pero tampoco dicen toda la verdad. Son testigos silenciosos de lo que fuimos, mapas de territorios emocionales que creíamos perdidos. Cada imagen, es una puerta entreabierta hacia versiones de nosotros, que habitaron otros cuerpos, otros sueños, otras certezas.
A veces, al mirar una fotografía ajena, de pronto algo se mueve adentro. Nuesteo cerebro,archivero obsesivo, conecta texturas, luces, gestos. Y ahí está: ese recuerdo que no sabíamos que teníamos, intacto, esperando su momento para volver a la superficie.
Somos lo que hemos vivido, pero también, la suma de todas las imágenes que nos han tocado el alma...
MC
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