Antes, los recuerdos se dejaban tocar, se dejaban sentir, se compartían de verdad, pasaban de mano en mano. Vivían pacientes en viejas cajas, viejos libros, perdidos en algún rincón del cajón de la casa, sobre alguna repisa, colgados en una pared. Con el tiempo, la captura de lo efímero se volvió demasiado efímera. Hoy, todo dura segundos (con suerte), la vida va pasando sin penas, sin glorias, en un scroll interminable de indiferencia, de superficialidad. El culto del ego hace que perdamos estos pequeños trozos de memoria, dejamos de ver al otro. Hoy, los recuerdos dependen de dispositivos, de cuentas. Nuestra memoria puede irse en un simple hurto callejero o esfumarse en una bajada de tensión. Hoy, nos esforzamos en tener lo último y más caro, para no dar valor a los momentos. Solo queremos exponerlo a un mundo al que no le importa, mundos que solo miran su reflejo, con la aspiración a ser reconocidos, aunque sea por un segundo, y luego ser olvidados. Por eso, si hay troc...
Tan solo una serie de apuntes que me importan a mi y solo a veces...