A veces, no se necesitan lugares o situaciones extraordinarias para hacer fotografías. A veces, alcanza simplemente con estar presente y redescubrir lo cotidiano…
Lo extraordinario, no se esconde en paisajes lejanos o momentos épicos. Muchas veces, es esa luz que se cuela por la ventana, las manos de tu viejo tomando mate, la risa de un chico jugando en la vereda.
Lo extraordinario quizás, es lo que pasa todos los días frente a nosotros, pero que dejamos de ver porque creemos que no tiene suficiente valor. Simplificar, minimizar. Ahí está el secreto. Sacarnos de encima, la idea de que necesitamos más para crear algo valioso.
La fotografía, no se trata de acumular escenarios impresionantes, se trata de aprender a mirar con atención lo que ya tenemos. Ahí afuera sobran momentos, solo es cuestión de saber "escuchar" la vida.
De estar lo suficientemente quietos, para dejar que las historias se revelen; de entender que la cámara no crea la magia, tu cerebro solo la reconoce cuando aparece.
Cuando aprendés esto, cada día se vuelve una oportunidad; porque dejas de depender de lo extraordinario, lo cliché. Lo “extraordinario”, en realidad, vive en tu mirada…
MC
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